Las madres del agua
La calidad y éxito de las marcas canarias de agua mineral dio pábulo a que las distintas empresas comercializadoras de las mismas se aventurasen a entrar en el no menos lucrativo negocio de las bebidas refrescantes: los refrescos –entiéndase refrescos con gas, antaño llamados genéricamente gaseosas– y los zumos –más apropiadamente, jugos o néctares–, emporio que vivió su época de esplendor, en cuanto a variedad de los productos ofertados, durante la década de 1970 puesto que la fabricación local era potencialmente más barata que la importación del producto ya manufacturado. Como muestra de la importancia que llegó a cobrar este nicho de mercado tenemos el siguiente documento que refleja las quejas de la población de Gran Canaria, tras la ola de calor del verano de 1976, ante el desabastecimiento de agua mineral embotellada en favor de la producción de refrescos.
Las madres del agua
Como contaba en la anterior entrega de esta serie, en Gran Canaria era habitual el consumo de agua mineral natural con gas durante los años 70 y 80, costumbre extraña en otros lares donde la gente estuviera habituada a disponer de agua potable en sus casas pero sin el desagradable sabor del líquido elemento desalinizado. De forma análoga a lo que sucede con los productos lácteos, sorprende a los foráneos que, siendo Canarias una tierra en la que escasea el bebestible, existan tantas marcas de agua mineral natural y de tan buena calidad, casi todas ellas surgidas al amparo de balnearios construidos en las inmediaciones de las madres respectivas y que fueron abandonados durante la primera mitad del siglo XX, sobreviviendo tan sólo algún que otro hotel asociado que, de existir hoy en día, sería calificado de alojamiento rural. Tal era la competencia existente que era habitual que en diversas viviendas de una misma familia –e incluso en una misma casa– se consumiesen diferentes marcas de agua, fenómeno que permanece vigente hoy en día.
Las madres del agua
Frente al uso no destructivo y sostenible de los acuíferos por parte de las antiguas sociedades aborígenes canarias –recuérdese el mítico árbol Garoé de la isla de El Hierro–, la reducción en el número de las madres del agua –nacientes o manantiales, pero qué preciosidad es el ancestral nombre canario: parir agua es parir vida– existentes en las islas Canarias ha sido proporcional a la progresiva deforestación de las mismas desde los tiempos de la conquista europea, debido al uso industrial de la madera –construcción de barcos, trabajos de carpintería, aprovechamiento térmico, etc.– y a la canalización de los barrancos para el uso agrícola del líquido elemento.
La excavación de pozos y galerías, y la construcción de presas, maretas, cantoneras y demás métodos para la contención y distribución del agua, ha tratado históricamente de compensar las pérdidas debidas a dicha sobreexplotación, aunque de poco han servido a efectos de regenerar las madres ya que la principal aportación a los acuíferos en las islas se debe a la llamada lluvia horizontal, producida cuando las masas de vapor de agua transportadas por el llamado mar de nubes, empujado por los vientos alisios, accede a los montes de medianías y descarga sobre la tierra por la acción condensadora de árboles y plantas, especialmente por los de las especies que componen el llamado bosque laurisilva o monteverde, que se encuentra actualmente en fase de regresión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario