Ignacio Pérez Galdós
Ignacio Pérez Galdós es un militar español que ocupó diferentes cargos llegando a la Capitanía General de Canarias. Nació el 05 de julio de 1835 en Las Palmas de Gran Canaria y falleció en su ciudad natal el 27 de noviembre de 1905, época en la que ostentaba el cargo de Capitán General de las islas por segunda vez. Era hermano mayor del ilustre escritor Benito Pérez Galdós e hijo de Dª María Dolores Galdós Medina, natural de Las Palmas de Gran Canaria, y de D. Sebastián Pérez Macías, natural del municipio de Valsequillo, el cuál había formado parte del batallón de voluntarios conocido como La Granadera Canaria que luchó en la Guerra de la Independencia.
Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en el Sagrario de la Catedral, que entonces se encontraba instalado en la iglesia de San Francisco de Borja.
Durante sus años de pre madurez Ignacio gastaba muchos días de ocio trabajando en la hacienda de su padre, "La Data", en el Monte Lentiscal, y en "Cortijo" en Guanarteme, desempeñando horas jornales en las actividades agrícolas.
Con la intención de seguir la carrera militar de su padre, Ignacio ingresó en la Escuela de Estado Mayor a la edad de 23 años de la cual finalizó los estudios con el rango de Teniente en 1862 y ocupando así fuerza en el Batallón Provincial de Las Palmas nº 4 de las Milicias Canarias, batallón al que ya había pertenecido a filas a la edad de 19 años, anteriormente a su ingreso a la Escuela de Estado Mayor.
En 1864 como consecuencia de su ingreso en el Ejército de Cuba obtiene una serie de ascensos con destacable rapidez como el de Capitán de Estado Mayor en Ultramar el 20 de enero del mismo año, el cargo de Capitán de Estado Mayor de la escala general por antigüedad el 15 de Julio y el 10 de agosto destinado en la sección de Cuerpo en la Isla de Cuba, Comandante de Estado Mayor en Ultramar.
En Demajagua, la insurrección liderada por Carlos María Céspedes se extendía sobre la provincia cubana, Las Villas, siendo el Comandante Pérez Galdós el enviado a dicha jurisdicción al mando de unidades, convoyes e interviniendo directamente en las operaciones militares. Tomó parte en combates como los de Humilladero, La Curia y Bueyecito y en los ataques a los campamentos atrincherados de Cauto, Las Brigadas y las Coloradas.
El 1 de junio de 1869 se le concedió por Decreto de Gracia General, el grado de Teniente Coronel de caballería y en recompensa por sus acciones entre los ríos Buey Jicotea y Cauto el rango de Coronel del Ejército.
A principios de 1870 fue destinado al Batallón de Cazadores de Reus y al Regimiento de Infantería de León con la cual participó en la acción de Brunis y en la que resultó herido, después de ser recompensado por las propias encomiendas de Isabel la Católica y Carlos III y habiendo cumplido el tiempo máximo de permanencia en Las Antillas, Ignacio Pérez Galdós vuelve a la península el 5 de julio de 1875, no sin antes contraer matrimonio en Santiago de Cuba con Caridad de Ciria y Vinent.
Toma posesión, ya en España, de la Capitanía General de Navarra, destacando su actuación en las operaciones de cooperación al ataque de Montejurra por la que sería premiado nuevamente con la Cruz al Mérito Militar.
En mayo de 1877, vuelve a voluntad propia al Ejército de Operaciones en Cuba y asciende a Brigadier por méritos en campaña regresando a España a finales del siguiente año.
En abril de 1882 es nombrado gobernador militar de Gran Canaria hasta que, en mayo de 1891, es ascendido a general de división y nombrado 2º cabo de la Capitanía General de Canarias y Gobernador militar de Santa Cruz de Tenerife.
Ascendió a Teniente General el 28 de septiembre de 1898 siendo nombrado Capitán General de Canarias en abril de 1900, cargo que desempeñó hasta enero de 1902 en que, por motivos políticos, fue destituido, confirmándolo el Gobierno, de nuevo, en el puesto el 30 de marzo de 1903 hasta su muerte el 27 de noviembre de 1905.
DON IGNACIO PEREZ GALDOS,
CAPITAN GENERAL DE CANARIAS (1)
En 5 de marzo de 1893, siendo Go.'
bernador Militar de Tenerife, con
residencia en e! Castillo de San
Cristóbal, con motivo de la elección de
compromisarios provinciales, para la
de senadores, fijada para e! 31 de dicho
mes y año, en e! local de la Diputación
provincial, por una de las tantas alternativas
pasionales a lo largo de! Pleito
insular (1808-1927), se produjo una
agresión contra los representantes de
Las Palmas, los que salvaron por pies la
integridad de sus personas, evadién-dose,
por salidas excusadas de! hotel
"Orotava" donde se alojaban y corriendo
a refugiarse en e! Castillo de
San Cristóbal; pero no así sus equipajes
que cayeron en manos de sus perseguidores,
que los destrozaron y luego
lanzaron al mar; "doña Caridad Ciria
de Pérez Galdós les atendió en unión de
sus hijos y los ayudantes de! general
Pérez Galdós", según escribe Marcos
Guimerá Peraza en su citado estudio
monográfico. Por fin pudieron dirigirse
al muelle y embarcar hacia Las
Palmas, protegidos por fuerzas dispuestas
por don Ignacio Pérez Galdós.
Las tropas que protegieron a los compromisarios
canarios fueron mandadas
por el Coronel don ELicio Cambreleng
y Bérriz. La actuación de don Ignacio,
en esta grave incidencia pasional,
no fue cuestionada, porque fue serena y
comedida, y no quiso jamás exacerbar
su ocurrencia con declaraciones inoportunas
y fomentadoras de las pasiones
en pugna. Al contrario, e! respeto
que el pueblo tinerfeño testimoniaba al
militar canario, por su conducta imparcial,""bien se mostraba en esta misma
calle del Castillo -escribe su nieto don
Guillermo Camacho Pérez Galdós-,
cuando el Segundo Cabo volvía de Capitanía,
muchas veces, de paisano y con
fajín, acompañado de sus ayudantes,
éstos de uniforme, dos tinerfeños, don
Nicolás de Fuentes y don Gaspar
Madán""
Don Ignacio, como su hermano
don Benito, fue de esas personas a las
que hay que sacarles las palabras con
saca-corchos. El círculo de sus amigos
fue siempre muy restringido, y su mejor
ambiente lo encontró en e! seno de
su familia.
En 1901 don Ignacio tuvo que protag0!
lizar ~na gr.ave situ~ción debido a
una ImpertmenCla oratona.
Se produjo con motivo de la ceremonia
de la bendición de la Bandera de
la Cruz Roja, en la iglesia de San Francisco,
santacrucera, en la que doña Caridad
Ciria, llevó la representación de
S.M., la reina, en que pronunció un
discurso e! orador más afamado de la
isla vecina, don Santiago Beyro, que no
se le ocurrió otra cosa, como párrafo
final, que dirigiéndose a doña Caridad,
en la representación que ostentaba,
para ql.lce transmitiera a la reina de forma
especial "que no enviara más aves
de rapiña a Canarias", quedando lanzada
la cerilla sobre e! barril de pólvora
de militares y paisanos, sin que faltaran
voluntarios canarios que se encargaran
de atizar e! fuego, llegando la tensión
hasta tomar estado en el Congreso de
Diputados, de Madrid y si nO hubiera
sido por la serenidad y buen sentido de!
humor isleño, de don Ignacio, e! padre
Beyro la hubiera pasado mal; pero don
Ignacio con su serenidad zanjó la cuestión
cuando estaba en su punto más
álgido, subrayando: - "No hay que tomar
los hechos de esa forma torcida en
que se han tomado, sino en su verdadero
sentido, porque lo que don Santiago
Beyro quiso hacer llegar a la reina,
no fue otra cosa sino el que no nos
enviara más aves de rapiña, porque."
31
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2010
nos?,tros aquí las tenemos de sobra
"
Su intervención en el desgraciado
incidente entre el Teniente Cabrerizo y
el paisano Domingo Marrero en la calle
M ariscos a primeros de octubre de
1901, del que antes se ha hecho referencia,
fue otra prueba de no desear fomentar
las pasiones en hechos pasionales,
sino de hacer lo necesario para el
imperio de la serenidad y la razón.
Cuando era Gobernador Militar
de Santa Cruz de Tenerife, a poco de
ocupar el cargo, una noche se aproximó
a sus inmediaciones un joven de buena
familia santacrucera, y la emprendió
con toda clase de impertinencias contra
"el canario" que había venido a gobernar
a Santa Cruz de Tenerife. La guardia
lo detuvo y ya se disponía a extender
el oportuno parte, cuando al enterarse
don Ignacio ordenó que dejaran todo
en suspenso y le trajeran a su presencia
al impetuoso devoto del dios Baco, al
que habló paternalmente y le recomendó
que se fuera tranquilo a dormir a
su domicilio. Así lo hizo y cuando reconoció
la generosa reacción ante su
indudable impertinencia del general Pérez
Galdós se convirtió en uno de sus
más fervorosos defensores.
Tenía una verdadera incapacidad
psicológica para presenciar que ante él
se hablara mal de ninguna persona, civiles
o militares. En la reducida e íntima
tertulia que todas las noches mantenía
con unos pocos amigos en Capitanía,
una noche uno de los contertulios, no
obstante, soltó una rociada contra una
determinada persona. Don Ignacio no
desplegó un labio; pero a las diez
cuando se dirigía al comedor, fue comentando
por el pasillo - "¡Cuántas
cosas, cuántas cosas, sabe don
x.x.x.!"-.
Cuando se encontraba en Las Palmas
de Gran Canaria, todas las noches
asistía depués de cenar a pasar un rato
en la tertulia que don Aquilino GarcíaBarba
tenía con unos amigos en su casa
de la calle Travieso, cerca de Triana,
bajando a mano derecha, y como por
sus aficiones a los estudios de Astronomía
incluso tenía un telescopio instalado
en la azotea, una noche participó a
sus contertulios que había descubierto
un nuevo planeta, lo cual motivó una
diversidad de opiniones entre los concurrentes;
una de las más opuestas la
sostenía el médico don Vicente Ruano
U rq uía que vi vía en su casa en la calle
Cano, hoy número 7.
Don Aquilino, para deshacer las
dudas de los que no aceptaban su descubrimiento,
les indicó que miraran por
su telescopio, haciéndolo don Vicente
Ruano, que de nuevo negó con más
rotundidad, y después le tocó el turno a
don Ignacio, que, como antes, volvió a
su asiento, sin abrir la boca en aquella
acalorada asamblea. Cuando a las 10 de
32
la noche se disolvió la tertulia don Vicente
Ruano y don Ignacio echaron a
andar hacia sus casas, respectivas, que
estaban casi frente a frente en la calle
Cano, y cuando don Ignacio metió la
llave ,~n la puerta de la suya, preguntó:
-"; Ruano usted vio al nuevo
plan'"eta?"-. Don Vicente respondió
que no había podido ver nada porque
todo aquello eran puros cuentos de las
aficiones astronómicas de don Aq uilino
García-Barba, y entonces don Ignacio,
terminando de abrir la cerradura de la
puerta de su casa, le respondió:
- "¡Pues yo tampoco vi nada. Que
usted descanse, don Vicente!"
Don Ignacio fue totalmente alérgico
a conservar en su poder ninguna
clase de papeles en los que se mencionara
su persona, ni aun cartas, por lo
cual a su muerte su archivo privado, en
realidad, no existía y su nieto, don Guillermo
Camacho y Pérez Galdós, ha
tenido que consumar benedictinas jornadas
en los Archivos del Ministerio de
la Guerra, para tratar de adquirir algunos
antecedentes de sus actos registrados
en documentos de carácter oficial.
Era muy parco en palabras y en amistades.
En cambio, fue siempre tremendamente
casero.
En sus años jóvenes consumió muchos
días de ocio trabajando en la hacienda
de su padre, "La Data", en El
Monte Lentiscal y en "Cortijo", de
Guanarteme, por lo cual siempre se interesaba
por las actividades agrícolas y
durante su mando en Santa Cruz de
Tenerife, le gustaba mucho acudir al
jardín y departir con el soldado que lo
tuviera a su cargo sobre las alternativas
y estado de las plantas y arbustos que
allí se mantuvieran.
Por tal motivo los oficiales a su
servicio en aquel lugar, se habían deslomado,
advirtiendo todos los días a un
quinto que era bastante cerrado de mollera,
pero gran cultivador de la tierra,
que era lo único que había hecho en su
pueblo nativo, antes de ser reclutado,
O
• E
" J..e
Jo
metiéndole en la cabeza de que al GI
neral había que darle siempre trat;"
miento de Vuestra Excelencia, pOI
que si hacía lo contrario y metía la pat,
iba a parar a la prevención por lo que I
quedara de mili.
Un día por distraerse, dop Ignaci,
paseando por el jardín del edificio ofi
cial donde se alojaba, trabó sencill
conversación con el quinto, interesán
dose por el buen aspecto de todas la
plantas que atendía y al preguntarle po
una de ellas, que todavía no había ma
durado sus frutos, el jardinero cua
drado y muy respetuoso, le respondió
-Se trata, mi general, de la mata que
produce las famosas pimientas de lt
p." de la madre de Vuestra Excelen
cia"""" que provocó una sincera y no·
ble carcajada de don Ignacio e hizo vol·
ver la sangre a las venas del oficial dI
guardia que se mantenía a discreta dis·
tancia del general y el jardinero.
De su matrimonio con la bellísima
santiaguera doña Caridad Ciria y Vinent,
le nacieron los siguientes retoños:
María del Carmen, Domingo, Micaela,
Ignacio, Dolores y Rita.
Algunas otras circunstancias más
hubiera querido matizar de los concurrentes
en la egregia trayectoria vital de
este isleño, en su crono de 5 de julio de
1835 a 27 de noviembre de 1905; pero si
con las anteriores lograra renovar el recuerdo
que merece la ejecutoria de este
" isleño singular, me daría por satisfecho,
sencillamente en cumplimiento de la
prevenc'ión de Cervantes: "Más vale la
honra que la mucha riqueza", sobre
todo porque, como también previó el
príncipe de las letras de todos los tiempos:""Dichosa edad y siglos dichosos
aquéllos a quien los antiguos pusieron
nombre de dorados, y no porque en
ellos abundara el oro, que en esta
nuestra edad de hierro tanto se estima"""
recordemos que no somos
simples robots, sino seres humanos.
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