.........aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre. La situación de la cultura en las diversas sociedades de la especie humana, en la medida en que puede ser investigada según principios generales, es un objeto apto para el estudio de las leyes del pensamiento y la acción del hombre.
(Tylor, 1995: 29)

jueves, 22 de mayo de 2014

Ignacio Pérez Galdós

 
 

Ignacio Pérez Galdós

   
Ignacio Pérez Galdós es un militar español que ocupó diferentes cargos llegando a la Capitanía General de Canarias. Nació el 05 de julio de 1835 en Las Palmas de Gran Canaria y falleció en su ciudad natal el 27 de noviembre de 1905, época en la que ostentaba el cargo de Capitán General de las islas por segunda vez. Era hermano mayor del ilustre escritor Benito Pérez Galdós e hijo de Dª María Dolores Galdós Medina, natural de Las Palmas de Gran Canaria, y de D. Sebastián Pérez Macías, natural del municipio de Valsequillo, el cuál había formado parte del batallón de voluntarios conocido como La Granadera Canaria que luchó en la Guerra de la Independencia.

Fue bau­tizado el mismo día de su nacimiento en el Sagrario de la Catedral, que entonces se encontraba instalado en la iglesia de San Francisco de Borja.
Durante sus años de pre madurez Ignacio gastaba muchos días de ocio trabajando en la hacienda de su padre, "La Data", en el Monte Lentiscal, y en "Cortijo" en Guanarteme, desempeñando horas jornales en las actividades agrícolas.
Con la intención de seguir la carrera militar de su padre, Ignacio ingresó en la Escuela de Estado Mayor a la edad de 23 años de la cual finalizó los estudios con el rango de Teniente en 1862 y ocupando así fuerza en el Batallón Provincial de Las Palmas nº 4 de las Milicias Canarias, batallón al que ya había pertenecido a filas a la edad de 19 años, anteriormente a su ingreso a la Escuela de Estado Mayor.
En 1864 como consecuencia de su ingreso en el Ejército de Cuba obtiene una serie de ascensos con destacable rapidez como el de Capitán de Estado Mayor en Ultramar el 20 de enero del mismo año, el cargo de Capitán de Estado Mayor de la escala general por antigüedad el 15 de Julio y el 10 de agosto destinado en la sección de Cuerpo en la Isla de Cuba, Comandante de Estado Mayor en Ultramar.
En Demajagua, la insurrección liderada por Carlos María Céspedes se extendía sobre la provincia cubana, Las Villas, siendo el Comandante Pérez Galdós el enviado a dicha jurisdicción al mando de unidades, convoyes e interviniendo directamente en las operaciones militares. Tomó parte en combates como los de Humilladero, La Curia y Bueyecito y en los ataques a los campamentos atrincherados de Cauto, Las Brigadas y las Coloradas.
El 1 de junio de 1869 se le concedió por Decreto de Gracia General, el grado de Teniente Coronel de caballería y en recompensa por sus acciones entre los ríos Buey Jicotea y Cauto el rango de Coronel del Ejército.
A principios de 1870 fue destinado al Batallón de Cazadores de Reus y al Regimiento de Infantería de León con la cual participó en la acción de Brunis y en la que resultó herido, después de ser recompensado por las propias encomiendas de Isabel la Católica y Carlos III y habiendo cumplido el tiempo máximo de permanencia en Las Antillas, Ignacio Pérez Galdós vuelve a la península el 5 de julio de 1875, no sin antes contraer matrimonio en Santiago de Cuba con Caridad de Ciria y Vinent.
 
Toma posesión, ya en España, de la Capitanía General de Navarra, destacando su actuación en las operaciones de cooperación al ataque de Montejurra por la que sería premiado nuevamente con la Cruz al Mérito Militar.
 
En mayo de 1877, vuelve a voluntad propia al Ejército de Operaciones en Cuba y asciende a Brigadier por méritos en campaña regresando a España a finales del siguiente año.
 
En abril de 1882 es nombrado gobernador militar de Gran Canaria hasta que, en mayo de 1891, es ascendido a general de división y nombrado 2º cabo de la Capitanía General de Canarias y Gobernador militar de Santa Cruz de Tenerife.
 
Ascendió a Teniente General el 28 de septiembre de 1898 siendo nombrado Capitán General de Canarias en abril de 1900, cargo que desempeñó hasta enero de 1902 en que, por motivos políticos, fue destituido, confirmándolo el Gobierno, de nuevo, en el puesto el 30 de marzo de 1903 hasta su muerte el 27 de noviembre de 1905.
 
DON IGNACIO PEREZ GALDOS, CAPITAN GENERAL DE CANARIAS (1) En 5 de marzo de 1893, siendo Go­.' bernador Militar de Tenerife, con residencia en e! Castillo de San Cristóbal, con motivo de la elección de compromisarios provinciales, para la de senadores, fijada para e! 31 de dicho mes y año, en e! local de la Diputación provincial, por una de las tantas alter­nativas pasionales a lo largo de! Pleito insular (1808-1927), se produjo una agresión contra los representantes de Las Palmas, los que salvaron por pies la integridad de sus personas, evadién-dose, por salidas excusadas de! hotel "Orotava" donde se alojaban y co­rriendo a refugiarse en e! Castillo de San Cristóbal; pero no así sus equipa­jes que cayeron en manos de sus perse­guidores, que los destrozaron y luego lanzaron al mar; "doña Caridad Ciria de Pérez Galdós les atendió en unión de sus hijos y los ayudantes de! general Pérez Galdós", según escribe Marcos Guimerá Peraza en su citado estudio monográfico. Por fin pudieron diri­girse al muelle y embarcar hacia Las Palmas, protegidos por fuerzas dis­puestas por don Ignacio Pérez Galdós. Las tropas que protegieron a los com­promisarios canarios fueron mandadas por el Coronel don ELicio Cambre­leng y Bérriz. La actuación de don Ig­nacio, en esta grave incidencia pasional, no fue cuestionada, porque fue serena y comedida, y no quiso jamás exacerbar su ocurrencia con declaraciones in­oportunas y fomentadoras de las pasio­nes en pugna. Al contrario, e! respeto que el pueblo tinerfeño testimoniaba al militar canario, por su conducta impar­cial,""bien se mostraba en esta misma calle del Castillo -escribe su nieto don Guillermo Camacho Pérez Galdós-, cuando el Segundo Cabo volvía de Ca­pitanía, muchas veces, de paisano y con fajín, acompañado de sus ayudantes, éstos de uniforme, dos tinerfeños, don Nicolás de Fuentes y don Gaspar Madán"" Don Ignacio, como su hermano don Benito, fue de esas personas a las que hay que sacarles las palabras con saca-corchos. El círculo de sus amigos fue siempre muy restringido, y su me­jor ambiente lo encontró en e! seno de su familia. En 1901 don Ignacio tuvo que pro­tag0! lizar ~na gr.ave situ~ción debido a una ImpertmenCla oratona. Se produjo con motivo de la cere­monia de la bendición de la Bandera de la Cruz Roja, en la iglesia de San Fran­cisco, santacrucera, en la que doña Ca­ridad Ciria, llevó la representación de S.M., la reina, en que pronunció un discurso e! orador más afamado de la isla vecina, don Santiago Beyro, que no se le ocurrió otra cosa, como párrafo final, que dirigiéndose a doña Caridad, en la representación que ostentaba, para ql.lce transmitiera a la reina de forma especial "que no enviara más aves de rapiña a Canarias", quedando lan­zada la cerilla sobre e! barril de pólvora de militares y paisanos, sin que faltaran voluntarios canarios que se encargaran de atizar e! fuego, llegando la tensión hasta tomar estado en el Congreso de Diputados, de Madrid y si nO hubiera sido por la serenidad y buen sentido de! humor isleño, de don Ignacio, e! padre Beyro la hubiera pasado mal; pero don Ignacio con su serenidad zanjó la cues­tión cuando estaba en su punto más álgido, subrayando: - "No hay que to­mar los hechos de esa forma torcida en que se han tomado, sino en su verda­dero sentido, porque lo que don San­tiago Beyro quiso hacer llegar a la reina, no fue otra cosa sino el que no nos enviara más aves de rapiña, porque." 31 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2010 nos?,tros aquí las tenemos de so­bra " Su intervención en el desgraciado incidente entre el Teniente Cabrerizo y el paisano Domingo Marrero en la calle M ariscos a primeros de octubre de 1901, del que antes se ha hecho referen­cia, fue otra prueba de no desear fo­mentar las pasiones en hechos pasiona­les, sino de hacer lo necesario para el imperio de la serenidad y la razón. Cuando era Gobernador Militar de Santa Cruz de Tenerife, a poco de ocupar el cargo, una noche se aproximó a sus inmediaciones un joven de buena familia santacrucera, y la emprendió con toda clase de impertinencias contra "el canario" que había venido a gober­nar a Santa Cruz de Tenerife. La guar­dia lo detuvo y ya se disponía a extender el oportuno parte, cuando al enterarse don Ignacio ordenó que dejaran todo en suspenso y le trajeran a su presencia al impetuoso devoto del dios Baco, al que habló paternalmente y le reco­mendó que se fuera tranquilo a dormir a su domicilio. Así lo hizo y cuando re­conoció la generosa reacción ante su indudable impertinencia del general Pé­rez Galdós se convirtió en uno de sus más fervorosos defensores. Tenía una verdadera incapacidad psicológica para presenciar que ante él se hablara mal de ninguna persona, civi­les o militares. En la reducida e íntima tertulia que todas las noches mantenía con unos pocos amigos en Capitanía, una noche uno de los contertulios, no obstante, soltó una rociada contra una determinada persona. Don Ignacio no desplegó un labio; pero a las diez cuando se dirigía al comedor, fue co­mentando por el pasillo - "¡Cuántas cosas, cuántas cosas, sabe don x.x.x.!"-. Cuando se encontraba en Las Pal­mas de Gran Canaria, todas las noches asistía depués de cenar a pasar un rato en la tertulia que don Aquilino García­Barba tenía con unos amigos en su casa de la calle Travieso, cerca de Triana, bajando a mano derecha, y como por sus aficiones a los estudios de Astrono­mía incluso tenía un telescopio insta­lado en la azotea, una noche participó a sus contertulios que había descubierto un nuevo planeta, lo cual motivó una diversidad de opiniones entre los con­currentes; una de las más opuestas la sostenía el médico don Vicente Ruano U rq uía que vi vía en su casa en la calle Cano, hoy número 7. Don Aquilino, para deshacer las dudas de los que no aceptaban su descu­brimiento, les indicó que miraran por su telescopio, haciéndolo don Vicente Ruano, que de nuevo negó con más rotundidad, y después le tocó el turno a don Ignacio, que, como antes, volvió a su asiento, sin abrir la boca en aquella acalorada asamblea. Cuando a las 10 de 32 la noche se disolvió la tertulia don Vi­cente Ruano y don Ignacio echaron a andar hacia sus casas, respectivas, que estaban casi frente a frente en la calle Cano, y cuando don Ignacio metió la llave ,~n la puerta de la suya, preguntó: -"; Ruano usted vio al nuevo plan'"eta?"-. Don Vicente respondió que no había podido ver nada porque todo aquello eran puros cuentos de las aficiones astronómicas de don Aq uilino García-Barba, y entonces don Ignacio, terminando de abrir la cerradura de la puerta de su casa, le respondió: - "¡Pues yo tampoco vi nada. Que usted descanse, don Vicente!" Don Ignacio fue totalmente alér­gico a conservar en su poder ninguna clase de papeles en los que se mencio­nara su persona, ni aun cartas, por lo cual a su muerte su archivo privado, en realidad, no existía y su nieto, don Gui­llermo Camacho y Pérez Galdós, ha tenido que consumar benedictinas jor­nadas en los Archivos del Ministerio de la Guerra, para tratar de adquirir algu­nos antecedentes de sus actos registra­dos en documentos de carácter oficial. Era muy parco en palabras y en amista­des. En cambio, fue siempre tremenda­mente casero. En sus años jóvenes consumió mu­chos días de ocio trabajando en la ha­cienda de su padre, "La Data", en El Monte Lentiscal y en "Cortijo", de Guanarteme, por lo cual siempre se in­teresaba por las actividades agrícolas y durante su mando en Santa Cruz de Tenerife, le gustaba mucho acudir al jardín y departir con el soldado que lo tuviera a su cargo sobre las alternativas y estado de las plantas y arbustos que allí se mantuvieran. Por tal motivo los oficiales a su servicio en aquel lugar, se habían deslo­mado, advirtiendo todos los días a un quinto que era bastante cerrado de mo­llera, pero gran cultivador de la tierra, que era lo único que había hecho en su pueblo nativo, antes de ser reclutado, O • E " J..e Jo metiéndole en la cabeza de que al GI neral había que darle siempre trat;" miento de Vuestra Excelencia, pOI que si hacía lo contrario y metía la pat, iba a parar a la prevención por lo que I quedara de mili. Un día por distraerse, dop Ignaci, paseando por el jardín del edificio ofi cial donde se alojaba, trabó sencill conversación con el quinto, interesán dose por el buen aspecto de todas la plantas que atendía y al preguntarle po una de ellas, que todavía no había ma durado sus frutos, el jardinero cua drado y muy respetuoso, le respondió -Se trata, mi general, de la mata que produce las famosas pimientas de lt p." de la madre de Vuestra Excelen cia"""" que provocó una sincera y no· ble carcajada de don Ignacio e hizo vol· ver la sangre a las venas del oficial dI guardia que se mantenía a discreta dis· tancia del general y el jardinero. De su matrimonio con la bellísima santiaguera doña Caridad Ciria y Vi­nent, le nacieron los siguientes retoños: María del Carmen, Domingo, Micaela, Ignacio, Dolores y Rita. Algunas otras circunstancias más hubiera querido matizar de los concu­rrentes en la egregia trayectoria vital de este isleño, en su crono de 5 de julio de 1835 a 27 de noviembre de 1905; pero si con las anteriores lograra renovar el re­cuerdo que merece la ejecutoria de este " isleño singular, me daría por satisfecho, sencillamente en cumplimiento de la prevenc'ión de Cervantes: "Más vale la honra que la mucha riqueza", sobre todo porque, como también previó el príncipe de las letras de todos los tiem­pos:""Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos abundara el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se es­tima""" recordemos que no somos simples robots, sino seres humanos.
 
 

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